domingo, 22 de agosto de 2010

Adiós dulce ángel

Mientras en la lúgubre cadena de sangre que recorría mi vida, había perdido ya la esperanza, me he tirado en un rincón de mi alcoba a pensar mientras lloraba, gimoteaba y pedía perdón. Ya no me importa encontrar un lenitivo para esta soledad dolorosa, reinante; mientras escudriño en mi ser, tratando de encontrar un corazón, pero nada yacía sobre el dintel de mi alma. Negra cual ébano se encontraba la gélida noche de invierno que buscaba en mi ser mis sentimientos, sin encontrar nada, agorero de mi inhumanidad, sombrío destino.

Frígidas y tenebrosas eran las voces que acosaban la opacidad de mi noche, las tinieblas que ni el más simple de los rayos de luna permitía atravesar, me hacían recorrer los más siniestros espacios de mi mente, retorcida, abrumada, colmada de terrores que atosigantes me colmaban de horror.

Que me envolvían en el terrible recuerdo de mi amada, impoluta, perfecta, a quien por la ceguera de la ira, de los celos, vi morir en mis manos, mientras sentía la tibieza de su sangre recorrer mis dedos, manchar mi cuerpo y corroen mi ser, en una habitación destruida por la venganza, un cuarto mancillado por la muerte de una majestuosa ángel.

Y ahí, desde la alcoba donde me encontraba sentado, tratando de encontrar el más leve claro de luna, podía observar el cuerpo inerte de mi bella y delicada mujer, con su piel pálida, mientras reflejaba la más profunda de las tristezas, la tristeza de una mujer que ve al amor de su vida convertido en un monstruo de odio y violencia, la pena de la mujer que ve como muere en manos de quien más ama.

Y así, poco a poco mi cuerpo se fue resbalando por el suelo, lentamente mi ser se fue hundiendo en la profundidad de mi mente, en la oscuridad de mis recuerdos, donde mi propio infierno me repetía una y otra vez la imagen de la sangre salpicante y del lívido reflejo que se escapaba de sus ojos, al momento de decir "Te amo" una última vez.

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